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Olivia León Huacuja

Códigos


Pocas veces soy cuidadosa con el código de vestimenta. A las bodas voy con tenis. A la playa, con calcetines. A la oficina iba con crop top. A los funerales, voy de colores.


Pero, ¿a la cárcel?

Las instrucciones son claras y jamás me atrevería a no acatarlas. Nada de tenis, nada de beige, no azul marino. No negro. No gris. Nada de collares. Muerte a los aretes largos. Cubrebocas. Solo se puede entrar con credencial para votar. ¿El resultado? A sacar las combinaciones más estrambóticas de mi clóset. Un día combiné amarillo con azul y rojo.

No era necesario, ahora lo admito.


A la entrada me revisan todo. Me dan un número de folio. Firmamos varias hojas. Hora de llegada. Registro de cara (a veces). Sí o sí te ponen un sello en el brazo que es invisible al ojo normal. La primera vez que fui, mi compañera bromeó: si se te borra, te quedas.


Varias puertas que nos permiten entrar y que son cerradas detrás de nosotras con mucha seguridad. Revisión corporal. Desinfección.


Entramos al salón en el que daremos el curso. Están los quince asistentes sentados en un silencio al que molestan algunos pasos y palabras en murmullos, entre muros. Saludamos y me presenta Nic, mi compañera de OCUPA. Preguntan por la tarea que dejó la vez pasada. La mayoría se la entrega bien doblada.


Y empieza:

Les invito a que cierren los ojos. Ándenle, ciérrenlos un ratito. Ya luego los abren.

Siéntense en el borde de sus sillas. Las manos sobre la mesa o sobre sus rodillas. (Algunos hicieron el mudra clásico de meditación.) Relajen el cuello. Respiren. Una inhalación.


Exhalen.


Inhalen.


Exhalen.


Ahora van a sentir que poco a poco se hacen grandes, que cruzan las paredes de este

cuarto. Que no hay rejas. Que no hay techo. Que pueden alcanzar el cielo. Sienten el aire de afuera. Pueden volar. Pueden ver alrededor de donde estamos. Ven un parque. Ven los coches en caos. Gente caminando. Siguen hacia arriba y sienten la ligereza de las nubes. Sienten su frío en la piel. Siguen subiendo y cruzan la atmósfera. Ven que esta ciudad se va haciendo cada vez más chica. Los coches ya no se ven. Siguen cruzando capas invisibles y llegan al universo. Ven a la Tierra. Y desde ahí, ustedes pueden ir a donde quieran. Entonces vuelan hacia allá. Pueden llegar a donde ustedes quieran. Van.


Después de regresar al espacio en el que estamos, de abrir los ojos poco a poco, de

moverse con tranquilidad, les pedimos que, en equipos de dos, se hagan entrevistas para describir el lugar al que visitaron. Después de varios minutos, les pedimos que compartan sus hallazgos con el grupo.


- ¿A dónde fuiste?

- A ver a mi princesa, hace mucho no la veo.

- ¿Y qué hacías?

- Pues la abrazaba con todas mis fuerzas. La extraño.

Rogelio, 43



- ¿A qué huele a donde fuiste?

- Huele húmedo. A gente. Huele a movimiento.

- ¿De qué color es a donde fuiste?

- Son muchos colores. No podría decirte uno solo.

- ¿Qué hay alrededor?

- Mucha gente. A mí me gusta ahí porque no hay divisiones.

Todos ahí somos iguales. No hay nada de que tú tienes más

que yo. Ni que yo más que tú. Todos solo queremos subirnos

a la trajinera y ya. Lo único que cambia son los nombres

de las trajas, no más.

Manuel, 68



- ¿Qué hay alrededor de ti?

- Hay negro y blanco.

- ¿Qué sientes?

- Emoción porque es un lugar donde siempre me he refugiado.

- ¿Por qué te refugiabas ahí?

- Porque es un lugar muy hermoso y grande.

Ahí me daba un tiempo de la ciudad.

Este lugar es como mi corazón.

- ¿Qué lugar es?

- El palacio de Bellas Artes.

Gabriel, 48



- ¿A dónde te llevó tu imaginación hoy?

- Yo fui a dos lugares. Uno en esta ciudad y otro fuera.

- ¿Por qué fuiste ahí?

- Porque ahí están mis proyectos más preciados.

No me quiero morir sin verlos ser.

- ¿De qué es tu proyecto?

- Yo estaba construyendo casas para los más pobres.

Para los que no tienen nada o casi nada.

Unas casas que iban a ser accesibles para todos.

Tenían su sistema de riego sustentable.

Su sistema de recolección de agua.

Les iba a hacer bien. Espero poder

retomar de nuevo ese proyecto.

Adrián, 71



Así fueron algunas de las muchas respuestas de los hombres privados de su libertad esta semana con quienes OCUPA lleva cinco semanas trabajando literatura y escritura. Lo más rico de este ejercicio es ser sincera. Los hombres con los que hemos trabajado lo son y, al contarnos historias, tejen insinuaciones de sus mayores miedos y felicidades.


“Gracias por visitarnos; hace rato que no se acuerdan de nosotros por acá.” Se despide René, un hombre tatuado, alto, con el pelo corto, usa lentes y una sonrisa descomunal.


Revisión de nuevo. Las puertas se vuelven a abrir y a cerrar. Revisión del sello invisible.



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